sábado, 30 de junio de 2012

NO ES ESTE LUGAR, SINO SU ESFUERZO

Canta Carissa's Wierd en The Piano Song: Heaven's a distance, not a place. Con una dosis de prisa mitológica hemos perdido la noción del cielo. Ante todo el cielo como lugar, esa ha sido la presuposición presurosa. Si es cierto que el cielo está ahí, predispuesto, así su recorrido, así su alejamiento. El cielo simplemente como su propio recorrido. El distanciamiento como condición. ¿Así la escritura? Así la escritura. El poema el esfuerzo para el poema. El poema el recorrido hacia el poema. Sustituya el lector si le apetece lugar por vida por experiencia. El poema la distancia, no el lugar. Su urgencia de lugar.

Between the tree and it's shade, siguen cantando. Ahí. Entre el árbol y su sombra. La cosa y su enunciación. Entre el idioma y el corazón, que diría Berta García Faet. Idioma y corazón, un pacto mitológico. Esto sin duda es triste (recorrer, recorrer siempre), o es lo bonito precisamente (Berta, de nuevo), pero también es la risa negra que produce el labriego hablando con pompa. La risa de decir lugar, como habitándolo. Y no.



sábado, 16 de junio de 2012

AUTOPISTAS COMARCALES, AEROPUERTOS DE PROVINCIA


E-mails para Roland Emmerich, Sergi de Diego Mas, Honolulu Books, Barcelona, 2012, 71 págs.


Que yo sepa, E-mails para Roland Emmerich de Sergi de Diego Mas (Barcelona, 1975) es uno de los primeros libros de poesía que tiene por tema la posmodernidad. Es extraño, hoy que la posmodernidad parece haberse colado ya en todas las fiestas y bebido de todas las copas de la contemporaneidad, que tengamos un libro de estas características en las manos. Más allá de las cuestiones que Agustín Fernández Mallo señalara en su ensayo Postpoesía, donde denunciaba que la poesía española estaba desfasada con respecto a su paradigma epistemológico y representacional; lo cierto es que en las últimas dos décadas, aproximadamente desde la aparición a finales de los 90 de Las afueras de Pablo García Casado, la poesía española ha ido siguiendo muy de cerca los distintos caminos abiertos por la posmodernidad, pero no como manifestación temática de sus presupuestos, sino como metabolización. Cuestiones como la crisis del sujeto, el lenguaje como bullshit (tal y como lo definiera Harry Frankfurt), el fin de lo político, etcétera, no han sido enunciadas en la poesía reciente, sino digeridas previamente y traducidas a su manifestación específicamente lingüística. Pero la posmodernidad, sus variados coletazos, no ha sido enunciada todavía.


Con E-mails para Roland Emmerich (y Mari Klinski el librito tout terrain de Ainhoa Rebolledo desde la cosa narrativa, so-called), la nueva editorial barcelonesa capitaneada por Ana Llurba desprecinta su andadura y añade un granito de arena interesante al asunto de poesía y posmodernidad. 

El libro se abre con una cita de Ballard que nos sitúa en unas coordenadas muy concretas: la abolición del tiempo histórico (“creo en la muerte del futuro”) y la deslocalización del espacio con el apogeo del no-lugar (“las camareras de las autopistas” y “aeropuertos de fuera de temporada”). A partir de aquí, el libro da vueltas en torno a la idea baudrillardiana de simulacro a partir de una fingida comunicación cibernética con el cineasta Roland Emmerich, autor de obras como Indepence Day, Godzilla o El día de mañana. No solamente se trata de traer a colación la idea de catástrofe (“Escribiré un e-mail a Roland / Emmerich porque él sabe de estas cosas.”), de fin de los tiempos,  sino de conectarla con un lenguaje simulativo como es el cinematográfico. Una bonita paradoja: el cine como lenguaje capaz de representar la abolición del sentido y a su vez el cine como construcción basada en la contingencia, semillero de la misma catástrofe del sentido. La desconfianza frente al mundo contemporáneo anida en la mirada y en nuestra elaboración tecnológica para dar cuenta de la realidad, como deja claro De Diego Mas desde el primer poema, ‘Plástico’, donde “todo empieza mirando una postal”, “el abrumador silencio que sigue”, “la frivolidad desértica del invierno”, y esa ecuación sentenciosa con que el autor remata el poema: “El texto de la postal y yo, somos uno y somos todos”.


Sin embargo, más allá de las reflexiones sobre nuestra condición pasadas por el cedazo de lo poético (un buen cedazo, sí, con oído para romper bien el verso cuando es necesario, y un uso lacónico y consecuente de la oración que informa antes que representa y además puntea cada poema con gravedad), más allá de eso, este no es un poemario estrictamente posmoderno (aunque se podrían hacer algunas analogías entre comunicación literaria y comunicación internauta como procesos fundados en la ruptura), porque se ha llevado el  asunto a un terreno a flor de piel antes que a las vísceras de la escritura. Una escritura posmoderna cuestiona las propias condiciones del poema, lo resquebraja y lo cuestiona desde dentro; y E-mails para Roland Emmerich demuestra cierta confianza en el lenguaje a nivel compositivo, más allá de ciertas agresiones tipográficas (“LLUVIA LLUVIA LLUVIA SPAM”), libertinaje semántico rescatado entre la basura tecnomediática (“codeine, nopriorprescrition + / up to 80% off, your #1 source for buying / vicodin online at a fraction of u.s. prices”) y un andamiaje paratextual  para mimetizar la interfaz de los correos electrónicos.

Sergi de Diego Mas escribe sobre las autovías desde carreteras comarcales, posmodernidad y modernidad dándose la mano. ¿Será esta una nueva pista?


lunes, 4 de junio de 2012

LA SOMBRA DE UN MELOCOTÓN


Alberto Santamaría, Interior metafísico con galletas,
El Gaviero Ediciones, Almería, 2012, 59 págs.


Dice Wallace Stevens, poeta olímpico en la teogonía  de Alberto Santamaría (Torrelavega, 1978), que es la creencia, y no el dios, lo que cuenta.  Para la metafísica aristotélica —cuando todavía era necesario subir al ático para contemplar el mundo—  lo importante era, ante todo,  averiguar lo divino, aquella ciencia de las primeras causas. Hace mucho que no es dios lo que cuenta ya, pero sí la creencia, la percepción emocionante del mundo: No son las preguntas     —ni siquiera sus palabras— / sino esta melódica sensación de vacío / que metódicamente nos invade, afirma Santamaría. O como dice la cita de Boscán al principio del poemario: ¡Oh, revolver del cielo, que dispuso acá en el mundo un hombre tan confuso! Ya no sabemos qué es peor, si la curiosidad malsana por un qué supremo y por todo lo alto o la constatación, todavía más absurda y angustiosa, de que toda pregunta es inútil. Podremos borrar al dios, podemos borrar la pregunta y sus señas, pero queda acá la creencia dentro del hombre, queda acá algo que nos hipnotiza más allá de la materia.  Queda la predisposición humana como una matemática rara, con tendencia a infinito. Es lo humano, el mundo, explica Santamaría con una imagen maravillosa, quien nos pide arrancarle al día su secreto: Una lámpara de araña en lo alto / nos impide dejar de mirar hacia el techo. ¿Pero qué secreto? Este libro se pregunta, entre muchas cosas, por qué los objetos se desbordan. Santamaría no escribe sobre la metafísica, ni siquiera sobre lo que ahora, y como acabamos de explicar, entendemos por metafísica, sino sobre lo que el escozor metafísico provoca en el hombre. 


Giorgio de Chirico, Interior metafísico con galletas
Santamaría, evidentemente, ha heredado de Stevens la propuesta fronteriza: de qué manera se dan la mano realidad y ficción, qué son estas cosas; por lo menos en El hombre que salió de la tarta (2004) y en Notas de verano sobre ficciones de invierno (2005), una vía reflexiva que guarda relación con sus consideraciones críticas que se pueden leer en su blog (hace muy poco, embistiendo contra el regreso de la crítica conservadora bajo las formas del reseñismo epatante y libertino de la blogosfera). Pero Santamaría es también un poeta vinculado a las bellas artes: no solamente porque maneje referencias (las vértebras pop de su poemario El hombre que salió de la tarta o la alusión a De Chirico y la pintura metafísica), conceptos (hay una clara idea de sublime en este libro, un tema sobre el que el autor ha escrito) y porque además es profesor de estética y arte contemporáneo en la Universidad de Salamanca, sino sobre todo por la calidad plástica de sus versos. De la estética del paisaje sublime, por ejemplo, Santamaría ha tomado la figuración para plantear el problema del metafísico, expresado en forma de desajuste de escala en el primer poema (La habitación es demasiado grande para los dos) o en el tercero (La playa tiene esta forma perpendicular a los hechos), la intimidad humana como un lío entre disposición y predisposición.


Interior metafísico con galletas tiene unas dimensiones más breves que sus anteriores poemarios, su tema está más acotado y quizá por ello tiene un tono más meditativo también sobre el cual se engarzan las imágenes de escuela surrealista (esa forma inusual de juntar palabras donde han militado Neruda, Gamoneda o Luisa Castro, por decir algunos). No encontramos la vertiente novísima que recorría Notas… y El hombre… (esa estética de culturalismo indie que ha practicado gente como Elena Medel en Mi primer bikini: Joey Ramone, Family…), pero permanece el interés por los cuerpos: la fruta, un motivo habitual en su poesía, nos recuerda cuál es el campo de batalla: el de lo sensible, los perfiles, los volúmenes, el juego de la luz: Nada de lámparas ni de genios. En mis ojos / cientos de miles de sensores actúan / para saber  / que esto es un cuenco y su fruta / roja y amarga. Así de simple. Nada más. / Un melocotón reserva pura su piel / para mi instinto.



*Reseña publicada originalmente en el número de junio de 2012 de la revista Quimera.