sábado, 10 de marzo de 2012

ED GEIN, POESÍA CON HEMISTIQUIOS

Riot Über Alles, Mussolina, Aristas Martínez, Badajoz, 2011, 113 págs.




“Y ahora, un poco de malditismo impostado”.  Con estas palabras, Riot Über  Alles (seudónimo de Óscar Valero: Barcelona, 1979) precedía la lectura de uno de sus poemas durante la presentación de su cuarto poemario. Esa frase, pura broma tal vez, es en realidad clave para una valoración poética de Riot. Hay dos o tres cosas urgentes por decir con respecto a un autor que comparte los versos con la ilustración y el diseño como resident evil de la galería Eat Meat, en el barrio barcelonés de Gràcia. Primero y muy rápidamente: me parece que Óscar Valero es un poeta por reivindicar, injustamente desatendido, de repente un valor al alza si tenemos en cuenta el tipo de avenencia que su poesía establece con nuestro time crisis. Riot, junto a Rai Escalé, Eva Alonso y otros más, formaría parte de ese conjunto de artistas visuales ligados a Eat Meat que tiene entre sus valores estéticos una reinterpretación del cuerpo como lugar de corrupción creativa, enfermedad palimpséstica, una familia de matones que le haría bullying al bueno de Apolo y que compartiría sótano con la casa de los 1000 cadáveres de Rob Zombie o paleta de acuarelas con Marilyn Manson (busquen en google los waterpaintings de Brian Warner y vean). 
 

Segundo. En apenas media década Riot ha creado unas señas de identidad propias: ese humor de palabra alzada mediante la cursiva, con una noción muy particular (irónica) del ritmo que combina la supuesta grandilocuencia del tecnicismo o la abstracción con sintagmas muy cortos, una estructura bipartita (poesía y prosa a pachas) y, sobre todo, reivindicando y reescribiendo una temática de muy difícil manejo: la parte oscura del ser humano, su parte “maldita”, haciendo que la palabra ande (¿todavía era posible?) por territorio ominoso,  vendados los ojos, la motosierra de leatherface repasando la maleza. Explica Germán Labrador Méndez en Letras arrebatadas: poesía y química en la transición española que la marginalidad poética, el desencanto, el dark side que manifiestan algunos poetas entre 1970 y 1986 sería una forma de réplica sociopolítica. Y yo me pregunto: ¿es posible todavía expresar el horror que es vivir? ¿Qué tendrá que ver eso con nuestro momento histórico? Pues sí, amigos, se trata de un problema de recepción, de momento estético. ¿Cabe el dolor tras décadas de bienestar económico, de Fondos de Cohesión y subvenciones al sector de los frutos secos? Pues sí, nos dirá Riot (citando hoy a Schopenhauer tan pichi, o escribiendo que “A veces, el monumental gesto de vivir / me recuerda a un bocadillo de sopa”). Su aseveración resulta creíble hoy, cuando lo que se lleva es el gesto desafectado de Los Punsetes o la burla del tortuoso a lo Triángulo de Amor Bizarro (“si insistes si insistes mejor te cortas / las venas después yo lo limpio”). Riot resiste ahí con un par de volantazos, adelantando por la cuneta. Lo que antes era Pesadilla en Elm Street, él lo vuelve episodio de segundo grado, Casa árbol del terror de Los Simpson. Donde otros cargaban las tintas, porque era el momento, Riot apuesta por el aspaviento, el personaje histriónico, el delirio o el esteticismo (un Alexandre Aja  de la poesía de terror), optando por la sobreinterpretación antes que por el desgarrón sincero. Riot se ha instalado en la granja de Ed Gein y versiona motivos como el de la carroña de Baudelaire (véase ‘00:14 Preludio’ en el fantástico Hierro lamido), resituándola en un contexto postindustrial dominado por el metal y el consumo de carne envasada. 


Pero Mussolina no es un paso más en su trayectoria: introduce cambios. La facción poética del libro está trabajada de un modo distinto, más límpido quizá, menos grave (son admirables poemas como ‘Aquí es donde lo dejé’, ‘Obsequios’ o ‘Intra’), y la sección en prosa ha substituido el relato por el uso de cierto collage narrativo y  (muy cercano a la pintura Eat Meat y sus juegos con el lenguaje publicitario) y desarrollando un humor cada vez más absurdo, que lo emparenta vagamente con colegas como Manuel Vilas y Mercedes Cebrián y, sobre todo, nos hace pensar en los horóscopos que escribiera Vázquez Montalbán en su Manifiesto subnormal.






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